He estado reflexionando sobre la forma en que las víctimas de violencia crónica —particularmente violencia intrafamiliar o de pareja ejercida a lo largo de años— desarrollan respuestas psíquicas que van más allá del TEPT clásico. Es decir, veo que hay muchas personas que presentan síntomas disociativos, patrones de vinculación desorganizada, culpa internalizada y lo que llaman «aprendizaje de indefensión».
Incluso en contextos de alto funcionamiento externo (como mantener un trabajo o relaciones sociales superficiales), se observan estos núcleos de autopercepción distorsionada y una dificultad crónica para establecer límites o confiar en interacciones humanas. ¿Esto se enmarca mejor dentro del diagnóstico de Trastorno de Estrés Postraumático Complejo? ¿Cómo diferencian ustedes, como clínicos, entre una estructura de personalidad alterada por trauma temprano y un TEPT-C adquirido en la adultez tardía por violencia sostenida?
Además, me preocupa que muchas de estas personas no se reconozcan como víctimas. Han normalizado tanto su experiencia que hablan del abuso como una serie de «malentendidos» o bajan el perfil al daño real. ¿Qué tipo de intervenciones son las más efectivas para trabajar esa negación o minimización del trauma? ¿Lo abordan desde un enfoque psicoeducativo, experiencial, narrativo… o depende del estadio del vínculo terapéutico?
Agradezco cualquier perspectiva, teoría o enfoque que puedan compartir. Me interesa particularmente entender cómo se traza esa línea fina entre trauma y personalidad, sobre todo cuando nos alejamos de las categorías diagnósticas limitantes.