Hola, gracias por tu pregunta, es muy común sentir desconcierto y dolor después de una ruptura, incluso cuando sabemos que esa relación no nos hacía bien. Esto ocurre porque nuestro cerebro tiende a generar vínculos emocionales profundos con las personas que forman parte importante de nuestra vida. Durante una relación amorosa se activan zonas del cerebro relacionadas con la recompensa y el apego, por lo que perder esa conexión puede generar una sensación de abstinencia emocional, casi como si estuviéramos enfrentando una pérdida física. La ruptura activa mecanismos similares a los del duelo, y ahí es donde entra también la confusión: duele incluso cuando la decisión parece lógica o necesaria.
Desde lo psicológico y emocional, el duelo por una ruptura implica un proceso de adaptación. Atravesamos distintas etapas como la negación, la tristeza profunda, la ira y, con el tiempo, una aceptación. Sin embargo, lo saludable es que este proceso permita ir soltando gradualmente la carga emocional que quedó ligada a esa relación. Cuando el dolor persiste por mucho tiempo, se vuelve paralizante o nos impide volver a conectar con otras áreas de nuestra vida, puede ser una señal de que conviene buscar acompañamiento profesional. A veces incluso hay duelos “atorados”, donde cargamos con culpas, idealizaciones o miedos al abandono que no se resuelven solos.
Una forma de entender esto es imaginar que el corazón rompe un acuerdo con la mente: podemos entender racionalmente que algo terminó, pero emocionalmente tal vez aún estábamos apegados, con esperanzas o con heridas sin cerrar. Y eso no tiene nada de raro, somos seres complejos. Darse el permiso de sentir, pero también de pedir ayuda si lo necesitamos, es parte fundamental del camino de sanar y volver a estar en paz con nosotros mismos.